Lejos de las convenciones de los clásicos de acción rápida de su tiempo, «Trolls and Tribulations» apuesta por una experiencia pausada y meticulosa, donde cada paso requiere planificación. Desarrollado por Jimmy Huey y publicado por Creative Software en 1984, este singular juego para computadoras Atari 8‑bits combina plataformas, lógica y un sistema de control atípico para ofrecer algo muy distinto a lo habitual de aquel entonces.
El jugador asume el rol de un troll atrapado en laberínticos y oscuros sistemas de alcantarillado, con la misión de recuperar reliquias valiosas mientras enfrenta toda clase de criaturas amenazantes: cretinos, buitres hambrientos, calaveras flotantes y arañas gigantescas. Desde el primer momento queda claro que no bastarán reflejos rápidos. Cada sección del juego está diseñada como un pequeño rompecabezas que exige recordar rutas, medir distancias y calcular tiempos con cuidado. El más leve contacto con un enemigo producirá la muerte instantánea: el troll se hunde sin remedio en las profundidades de la cloaca.
A nivel de estructura, «Trolls and Tribulations» se divide en tres niveles generales, cada uno con múltiples laberintos que deben superarse en secuencia. Al inicio de cada nivel, el troll debe disparar a ocho cretinos para convertirlos en huevos, que luego empuja al agua antes de que eclosionen. Con solo ocho balas y un punto de recarga situado en el centro de la pantalla, la gestión del tiempo y la puntería resultan esenciales. Superada esta fase, las puertas conducen a cámaras interiores donde aguardan tesoros, llaves y trampolines. Las llaves son indispensables para abrir puertas azules que bloquean el avance, por lo que su recolección estratégica marca la diferencia entre el éxito y el estancamiento. Los trampolines, por su parte, permiten alcanzar zonas elevadas del laberinto y resolver delicados desafíos de plataforma.
En estas cámaras interiores, algunos enemigos no pueden ser derrotados: solo cabe esquivarlos mediante saltos precisos o temporizados. La colocación de tesoros en puntos difíciles añade tensión, especialmente cuando el reloj avanza inexorablemente hacia el fin del nivel. Cada fallo —caer, chocar o tocar un huevo fuera de tiempo— obliga a reiniciar el laberinto desde su comienzo, restando uno de los seis trolls disponibles.
Gráficamente, el juego no busca deslumbrar con efectos espectaculares, pero logra una estética coherente: las puertas entre niveles se abren como telones teatrales y los enemigos combinan lo absurdamente caricaturesco con lo macabro. Aunque la versión de Commodore 64 gozaba de mayor riqueza cromática gracias al chip VIC‑II, la edición de Atari 8‑bits mantiene un estilo funcional y con suficiente personalidad.






Explora cloacas mortales repletas de trampas y criaturas letales.
La verdadera peculiaridad de «Trolls and Tribulations» se revela en su sistema de control. Aunque se utiliza el joystick, su respuesta es poco ortodoxa: empujar hacia abajo dispara el arma, hacia arriba ejecuta un salto vertical, y el botón sirve para saltar en la dirección que se mira. Lo más inusual, sin embargo, es que el personaje se mueve por pasos definidos, no de forma continua. Esta “movilidad estructurada” transforma lo que sería un juego de acción frenética en una especie de rompecabezas cinético, donde un solo movimiento mal calculado puede arruinar toda una estrategia.
EVALUACIÓN
En una época en la que el género de acción dominaba las pantallas, este título ofreció una propuesta más pausada, casi reflexiva, que exigía tanto precisión como memoria para progresar. Hoy, este curioso híbrido de plataformas y lógica sigue siendo un testimonio del ingenio de su creador, y una muestra más de cómo los límites técnicos de los ochenta no impedían crear experiencias memorables. Aunque su nombre no suele figurar en los listados más populares del sistema, para muchos coleccionistas y jugadores atentos, «Trolls and Tribulations» merece un lugar especial en el repertorio del Atari 8‑bits.
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